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VÉRTIGO: LOS PAISAJES DEL HOMBRE O... ¿CÓMO VIVIR NUESTRA VIDA?
Estos nuevos descubrimientos científicos –enunciados a lo largo del siglo XVIII y XIX– sin duda ayudaron a li- berar al hombre tanto de sus ataduras religiosas como de su subordinación a una naturaleza superior: no somos más que animales –racionales– que estrenamos –a mediados del siglo XIX– una nueva libertad emocional frente a la naturaleza. Completamente liberados del pasado, enten- demos que la belleza artística –generada por el hombre– es superior a la belleza natural, porque es un producto del espíritu humano. Así lo describirá G.W.F. Hegel (1770- 1831) en 1835:
Puesto que el espíritu es superior a la naturaleza, su supe- rioridad se comunica igualmente a sus productos y, por conse- cuencia, al arte. Es por esto que la belleza artística es superior a la belleza natural. Todo aquello que viene del espíritu es superior a aquello que existe en la naturaleza13.
Esta nueva visión del mundo que nos rodea, y del papel del hombre en el mismo, abocará en la supremacía del hombre sobre la naturaleza, en la superioridad de la belleza artificial sobre la belleza natural: el quehacer del hombre en el mundo –su producción artística– se vuelve más importante que el mundo en sí –que la propia natu- raleza–. En este contexto, el paisaje se convertirá en el gran campo de experimentación de un hombre que va a sen- tirse capaz de superar la obra de la Naturaleza gracias a la preocupación por la objetividad y la justificación cientí- fica, que habían posibilitado una cuantificación y reduc- ción de aquellos valores simbólicos y artísticos de la Na- turaleza que habían regido la percepción del paisaje durante el siglo XVIII. Al no creer en un significado oculto de la relación entre el Hombre y la Tierra, la Naturaleza se convierte en un gran territorio, un lugar limitado y defi- nido donde aparecen colocados los objetos reales, los cuerpos materiales, dispuestos siguiendo la voluntad hu- mana. En términos de paisaje, significará la dominación del medio físico por el hombre.
A finales del siglo XIX, las consecuencias de este pro- ceso –en el cual la revolución industrial jugaría un papel decisivo– ya se han dejado ver en las ciudades con la col- matación de estructuras urbanas consolidadas, la falta de
13 HEGEL,G.W.F.,Introductional’Esthétique.LeBeau,Ed.Flammarion, París 1979, p. 10. (Traducción de la autora).
unas condiciones de vida dignas e higiénicas, la destruc- ción de monumentos, etc. El crecimiento urbano vertigi- noso y desordenado confunde a un hombre que, de re- pente, se encuentra lejos de su lugar de procedencia, sin ser capaz de encontrar el sentido a su nueva andadura his- tórica.
Esta pérdida de rumbo se traduce de igual manera en el ámbito de lo natural. Y puede que aún más, puesto que las corrientes filosóficas del siglo XVIII habían incidido en la idea de lo sublime natural, en la existencia de una natu- raleza cuyas competencias superaban al hombre, y que el hombre observaba cautivado. Según este sentimiento esté- tico –expuesto por Immanuel Kant (1724-1804) en su “Crítica del juicio”14– los ecosistemas o las comunidades naturales están regidos por principios de organización gra- cias a los cuales poseen una unidad intrínseca que se hace especialmente patente en determinadas y espectaculares producciones naturales: los grandes bosques, los lagos de aguas transparentes, las salvajes praderas, los impresio- nantes deltas y estuarios marinos, las escarpadas monta- ñas, etc. Esta creencia de que las comunidades ecológicas poseen un modo de organización, justificaba el juicio es- tético y la intuición moral de que éstos tienen una unidad que debe ser protegida y respetada: la belleza y la magni- ficencia de la naturaleza son una especie de revelación del orden oculto de las cosas que también hace posible la li- bertad humana. La naturaleza –y la belleza en sus ecosis- temas– es, por lo tanto, la más alta de las categorías esté- ticas –sostienen Kant y sus seguidores–, referente emocional, estético y cultural del hombre, y como tal debe ser prote- gida. Por todo ello, los embates de la revolución industrial no harán sino herir la conciencia de protección del hom- bre hacia este medio natural.
Conscientes de que el tiempo apremiaba, a finales del siglo XIX intentamos reajustar la maquinaria. En nuestro socorro –como si del Charles Chaplin de “Tiempos Mo- dernos” (1936) se tratara– van a venir dos grandes co- rrientes: el Historicismo y el Romanticismo, que logran dotar al hombre de una visión que, aunque continuista con su devenir histórico, se concretiza de una manera so- bresaliente en este momento. Por un lado, el Historicismo va a permitirle ser consciente del hecho histórico como
14 1790, sec. 49.


































































































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