Page 4 - Tiempo eterno: instantáneas fugaces, el jardín de Joaquín Sorolla
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Joaquín Sorolla, Naranjos de Alcira, 1903, óleo sobre lienzo,
69 x 105 cm. Colección particular
partir de este momento, además de su gran amor, su com- pañera, la madre de sus hijos, su musa y su modelo, siem- pre pendiente de su marido y alerta para solucionar cual- quier problema que le pudiera preocupar, dándole así la tranquilidad que necesitaba para pintar. Ella entendió desde el principio la pasión de Sorolla por la pintura, asu- miendo de buen grado lo que esto suponía y colaborando de manera muy activa e importante en el progreso en su carrera de pintor. En 1908, en una de sus numerosas se- paraciones, le escribía sin ningún afán de queja y con mucho cariño: «Yo comprendo que a un hombre como tú, que antes de ser mi marido y ser padre eras pintor, debe preferir pintar a todo lo demás...»7. Pero esto no era exac- tamente así, el pintor amaba profundamente a su mujer y nunca se acostumbró a las separaciones.
A su regreso a España, y pensando en el futuro de su carrera artística, decidieron entre los dos trasladarse a Ma- drid, donde nació a los pocos meses su primera hija, María. En este año 1890 inicia el segundo período de su etapa de formación: el de su desarrollo creativo de forma autodidac- ta hasta su consolidación como pintor. En este período na- cieron también sus otros hijos —Joaquín en 1892 y Elena en 1895— y en estrecha colaboración con su esposa llevó a cabo su «carrera oficial de pintor», enviando cuadros a todos los concursos y exposiciones de importancia, tanto naciona- les como internacionales, en los que obtuvo el reconoci- miento de su obra. En este período dos artistas ayudaron especialmente a Sorolla: José Jiménez Aranda y Aureliano de Beruete. El primero le aconsejaba en la pintura de argu- mento que debía presentar en las grandes exposiciones para conseguir los premios que tanto necesitaba y también el modo de enfocar las escenas populares con argumentos anecdóticos y una factura contenida, de pincelada minucio- sa, prestando especialmente atención al detalle, que era lo que en esos años triunfaba. El segundo le introdujo en la alta sociedad de la que provenía, facilitándole así la faceta de retratista con la que consiguió darse a conocer y obtener una estabilidad económica.
Su carrera de pintor la fueron marcando los impor- tantes galardones nacionales e internacionales que recibió entre 1890 y 1901.
En 1890 obtuvo una medalla de segunda clase en la Exposición Nacional de Madrid, con Boulevard de París8. En 1892, consiguió una primera medalla en la Exposición Internacional de Madrid por ¡Otra Margarita!9, cuadro que Sorolla pintó en una vía muerta de la estación de Valencia, en el vagón de ferrocarril que aparece en el lienzo. Ya en esos momentos intentaba reproducir una escena que había contemplado en uno de sus desplazamientos a Valencia de la forma más veraz posible. Para él, como decía, «un estudio propiamente dicho, excepto para pintar cierta clase de re- tratos, es una cosa artificial, algo así como un engaño. No me gusta el estudio para pintar, lo confieso; lo detesto con toda mi alma»10. En 1893, con este mismo cuadro Sorolla obtuvo una medalla de honor en la Exposición Universal de Chicago, siendo adquirido por la Washington Universi- ty de San Luis, donde se conserva.
En 1893 le premiaron también con una medalla de oro de tercera clase en el Salón de París por El beso de la reliquia11, al que concedieron también una medalla de oro de segunda clase en la Exposición Internacional de Vie- na de 1894 y un primer premio en la Exposición de Arte Español en Bilbao del mismo año. En 1895 le otorgaron una medalla de oro de segunda clase en el Salón de París por su primer gran cuadro de mar, La vuelta de la pesca12, obra que de nuevo pintó en el lugar que correspondía, en Valencia, a orillas del mar y que fue adquirido por el Es- tado francés para el Musée du Luxembourg.
Joaquín Sorolla (1863-1923) 5


































































































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