Page 2 - Tiempo eterno: instantáneas fugaces, el jardín de Joaquín Sorolla
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Kurt Hielscher, Joaquín Sorolla
sentado en el jardín de su casa, 1914-1919. Nueva York, The Hispanic Society of America [GRF 96636]
Para Joaquín Sorolla la pintura lo era todo, para él pintar era vivir; o como decía Pérez de Ayala, «era una función vital, como la respiración»1, a ella y a su familia les dedicó su corta vida. Cuando decía a sus hijos «solo se puede ser feliz siendo pintor», era su modo de expresar lo que dis- frutaba pintando, un goce no exento de sufrimientos por su particular modo de entender el arte, ya que debía pintar al aire libre, directamente, y en el escenario que corres- pondía. Lo demás le parecía un engaño. Esta fue en bue- na parte la razón de los numerosos viajes que realizó a lo largo de su vida, en los que con cierta frecuencia no pudo acompañarle la familia. De esas dolorosas separaciones en las que el matrimonio se escribía diariamente para ha- cer más llevaderas sus soledades, proceden las casi mil cartas del artista, conservadas en el archivo familiar del Museo Sorolla2, que nos permiten conocer sus sentimien- tos, gozos, dificultades o preocupaciones mientras pinta- ba, lo que ayuda a entender y disfrutar con sus creaciones. Esta exposición, que muestra de modo muy especial su pintura más íntima, la entenderemos mucho mejor si co- nocemos su biografía no solo desde su vertiente de artista sino también desde la del ser humano.
Antes de centrarme en su vida, es importante ex- plicar que todos los cuadros de jardines, y concretamente los de esta exposición, fueron pintados directamente en La Granja, Alcázar de Sevilla, la Alhambra, Generalife o en el jardín de su casa. Los pintó en días fríos o más tem- plados, en días soleados o cubiertos. Solo le detenía la lluvia, aunque sí aprovechaba los momentos inmediata-
Blanca Pons-Sorolla
mente posteriores, en los que plasmaba no solo las sensa- ciones plásticas que recibía sino también la magia de esos momentos tan poéticos e incluso nostálgicos. Normal- mente eran obras alla prima, resueltas en una única se- sión, de forma rápida y contundente. Cuando necesitaba una nueva sesión para concluirla buscaba un momento similar de luz y, por supuesto, lo terminaba en la misma franja horaria en la que lo había iniciado. A veces ese momento no llegaba y en esos casos las obras, perfecta- mente construidas, acusan una sensación inacabada que les confiere un encanto especial y que también nos mues- tran su modo de trabajar. El mismo Sorolla explica el sen- tido de estas obras: «Recuerdos o impresiones y más el gusto de poder contemplar lo que nos gusta».3
Joaquín Sorolla nació en Valencia en 1863, comen- zó a ser pintor en 1880 y dejó definitivamente de pintar a los cincuenta y siete años a consecuencia de un derrame cerebral; tres años después, en 1923, moría. Sorolla fue un trabajador infatigable, a quien la inspiración le sorpren- dió siempre con los pinceles en la mano. No desaprovechó oportunidades. Sería imposible de otro modo contar con una producción tan copiosa. De algún modo podemos de- cir que su muerte se precipitó por la intensidad emocional
Joaquín Sorolla (1863-1923)
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